Braille y NVDA. A propósito de la estenografía
Nuestro compañero Carlos García, miembro de la lista de correo de NVDA en español, envió un interesante mensaje a propósito de la estenografía, con el que iniciamos una nueva serie de publicaciones, en este caso, sobre braille y NVDA.
Consideramos que este aporte resulta relevante porque:
- Como se menciona en la Guía del Usuario, “NVDA soporta códigos braille para muchos idiomas, incluyendo códigos braille contraído, no contraído y computerizado para algunos idiomas.” (Ver apartado 1.4. Soporte Braille).
- Existe un debate sobre la implementación de escritura estenográfica mediante teclado braille en NVDA (en inglés).
Agradecemos a Carlos este valioso artículo, que puede complementarse con este curso de estenografía publicado en la web de FOAL.
El valor de la estenografía
Por Carlos García
I. Referencias Históricas
La unificación de la estenografía Castellana que hoy conocemos, es decir, del Sistema Braille Grado 2, procede de los acuerdos establecidos en la conferencia celebrada en Montevideo en 1964, con las recomendaciones adoptadas en el Primer Congreso Internacional de Imprentas Braille de Habla Hispana de 1966. A la reunión del 64 concurrieron los representantes de los países del área hispanoamericana y uno por parte del Consejo Mundial del Braille. Este organismo ratificó la vigencia de los acuerdos por 20 años, pero andando el tiempo no se ha vuelto a tratar el tema a nivel oficial, hecho que sorprende más aún luego de las reformas de algunos signos del Braille integral en 1987.
La Editora Nacional Braille prologó su impresión de la estenografía hispanoamericana con una breve reseña histórica que conviene resaltar, como un acto de justicia con aquellos que prestigiaron nuestra tiflología y emprendieron el estudio sistemático de las características y posibles aplicaciones del sistema Braille. La primera estenografía castellana se publicó en Barcelona en 1905, gracias al método ideado por el ciego español Emilio Lladó, y llegó a la Argentina a través de Ramón Domínguez Sans, jefe de la primera imprenta Braille que funcionó en el antiguo Instituto Nacional de Ciegos de Buenos Aires. Entre las iniciativas hechas en la materia, vale mencionar el Tratado Argentino de Estenografía editado en 1944. Lamentablemente esta obra se perdió y no hemos podido consultarla, pero sabemos que fijó las bases para la implantación del grado 3, nivel existente en otras lenguas y más cercano a la taquigrafía, con mayor número de supresiones del integral y donde la velocidad en la escritura se privilegia sobre la claridad. Una misma combinación de puntos representa distintas abreviaturas, por ejemplo la contracción es (puntos 1 2 4 6) equivale en otro contexto al principio des, que no existe en grado 2. Si bien ignoramos qué trascendencia tuvo en otros países, quedan las huellas de su aplicación en revistas y libros de la época. Suponemos que alcanzó alguna difusión, pues el profesor colombiano Héctor Cadavid Álvarez, de la escuela Hadley, se basó en este tratado para crear su curso por correspondencia de grado 3, que otro profesor de ese país, José Arias Puello, digitalizó a partir de sus apuntes en braille con dedicación y paciencia inestimables, pues gracias a su aporte conocemos el único intento sistemático en este campo. Aunque hoy sólo tenga valor histórico y ya no se aplique, debemos enfatizar el trabajo y la audacia de quienes colaboraron en su formulación, al par que la versatilidad del sistema Braille en su adaptación a tales propósitos.
Que no se olviden estos nombres y estos hechos, porque sólo quien conozca su historia andará por el mundo con paso seguro.
II. Desafíos del presente
Al reflexionar sobre la vigencia de la estenografía, el modo en que actualmente se aprovechan o ignoran los recursos que esta forma de escritura abreviada nos prodiga, sale al paso una pregunta ineludible: si entre los defensores más entusiastas del sistema braille reina la creciente preocupación por la disminución en la cantidad de usuarios que actualmente lo utilizan, y esto más allá de que tal inquietud esté o no respaldada por estadísticas sobre el tema, ¿a qué hablar de la estenografía? ¿no será esta una causa perdida como tantas otras y habrá que conformarse con destacar las bondades del Braille integral, dejando a la escritura abreviada como un buen recuerdo de pasados esplendores?
Mi respuesta es rotunda: no. En primer lugar, que una persona maneje con soltura el código de seis puntos, le tenga aversión o lo desconozca por completo depende de muchos factores: a qué edad perdió la vista, cuándo y cómo aprendió el braille, a qué tecnologías tiene acceso, qué formación educativa recibió, cuáles son sus recursos económicos, en qué entorno sociocultural se desenvuelve, su grado de inserción laboral, su vínculo con las organizaciones tiflológicas, el cumplimiento efectivo de las leyes sobre discapacidad en su país, si las hubiere, entre otros aspectos. Hay que entrelazar estos elementos específicos con los derivados de un examen que analice la situación general de la sociedad en que se haya inmerso, el rol del estado y de las empresas. Sólo a partir de un estudio social que contemple estos y otros aspectos, ordenándolos según su importancia, podremos tomar realmente conciencia del destino de los proyectos que anhelamos poner en práctica; sabremos, de este modo, cuáles darán sus frutos de inmediato y cuáles requerirán de un trabajo más paciente, que no se derrumbe ante la zozobra que le toque atravesar.
Cuestiones tan ricas y complejas como las planteadas recién a propósito del manejo del braille integral, se imponen también en el ámbito estenográfico.
La discusión, en otro tiempo muy ríspida, acerca de si la estenografía debía ser un complemento del Braille Integral o, por el contrario, éste se tomaría como un elemento al servicio de aquella, hoy está felizmente superada gracias a la irrupción de las nuevas tecnologías que, al contrario de lo que generalmente se piensa, no vienen a sustituir al Braille sino a ayudarlo en sus funciones y a expandir el campo de posibles alternativas. En la actualidad contamos con anotadores electrónicos que podrían generar textos en braille integral y estenográfico, democratizando así el campo de opciones para los usuarios.
Los braillistas de vasta experiencia con los que conversé reconocen la importancia del sistema de abreviaturas que ayuda a los estudiantes a tomar rápida y eficazmente sus apuntes en clase, así como las notas personales. Todos coinciden en ponderar las ventajas de la estenografía, que reduce el espacio que ocuparían los caracteres comunes, con el consiguiente ahorro de tiempo que la agilidad de la escritura conlleva. ¿Por qué, entonces, ya no se imprimen más libros y revistas en estenografía? ¿no es la lectura continua y sistemática de los textos el mejor ejercicio para interiorizar el uso de una herramienta que nos trae tantos beneficios?
¿no será que la carencia de material bibliográfico apropiado genera el desinterés y la ausencia de estímulos para su aprendizaje?
Ya en los años setenta, José Claudio Suárez señalaba el hecho de que las tablas aprobadas en los congresos se conciben como punto límite más allá del cual no se pueden realizar añadidos, pero sí quitar las combinaciones de puntos que a cada cual le parezcan engorrosas. Así se desorganiza el sistema y se pierde la coherencia de conjunto: proliferan estenografías personales que resultan ilegibles para los demás, y si un maestro cree que una contracción interfiere en la claridad de la lectura, la deja de lado sin problemas, fomentando en el alumno la idea de que se halla frente a una serie de reglas antojadizas de cumplimiento arbitrario.
Toda medida que se adopte para promover la difusión de la estenografía y sus indudables ventajas no debe ser unilateral, porque chocará forzosamente con la imposibilidad de concretarla en la práctica.
Como forma de concientización acerca de su validez, Suárez propuso en su día una encuesta para recabar informes sobre el uso de la estenografía entre los ciegos. Tomando su ejemplo y adaptando la encuesta a nuestra manera de ver las cosas, sugerimos las siguientes preguntas: ¿a qué edad aprendió la estenografía? ¿fue un proceso fluido o dificultoso? ¿usa el código vigente en toda su extensión o sólo parcialmente? ¿la lectura lo cansa o se da en forma normal? ¿qué resultados obtiene a la hora de tomar apuntes, comparándolos con los del Braille integral? ¿cree que sería necesario publicar material impreso en estenografía?
Y para los especialistas, el mismo cuestionario y además: ¿cree que las posibles dificultades en la adquisición se deben a la naturaleza compleja de la escritura abreviada o a los hábitos mentales arraigados que en el área lingüística a la que pertenecemos llevan a privilegiar el valor del Braille integral? ¿Cómo lograr que la enseñanza sea amena y al mismo tiempo enriquecedora, introduciendo progresivamente al alumno en las nociones que corresponden a los distintos niveles de complejidad?
Todo sondeo de opinión es un arma de doble filo, ya que, aún cuando se pretenda reflejar objetivamente el pensamiento de los otros, cualquier grilla elaborada guía al entrevistado hacia el cauce por donde se supone discurrirán las respuestas. Con las prevenciones del caso, un cuestionario hecho a conciencia arrojará luz sobre estos puntos críticos.
La estenografía no puede constituir un mero apéndice del braille integral, librado a su suerte, sino que ha de ser estudiada y enseñada en forma activa. Porque si un buen día supimos entrar en su mundo, de la mano de los maestros, y descubrir los tesoros que nos ofrece, es justo que le brindemos a los jóvenes esa misma oportunidad.
Bibliografía
- Sistema Braille Grado 2, Editora Nacional Braille, Buenos Aires, 1984.
- Suárez, José Claudio, “Importancia y futuro de la escritura estenográfica en Hispanoamérica”, en: Concurso Literario Internacional por el Sesquicentenario de la Invención del Sistema Braille, Editora Nacional Braille, Buenos Aires, 1978.
[En ambos casos no se mencionan otras ediciones de las obras]